/  LA PALABRA TEJIDA /

“Dicen que la ropa tiene funciones más importantes que simplemente mantenernos abrigados. Cambian nuestra visión del mundo y la visión que el mundo tiene de nosotros… Hay muchos que respaldan la idea de que es la ropa la que nos viste y no nosotros la que la usamos a ella; podemos hacer que los textiles tomen la forma del brazo o del pecho, pero  son ellos los moldean nuestro corazón, nuestro cerebro, o nuestra lengua a su gusto”. 

Virginia Woolf

Los textiles son lenguaje.

 En el pasado, los humanos usaban la urdimbre y la trama como medio de comunicación antes de que existieran las palabras. Los hilos que conformaban los tejidos se utilizaron (y se utilizan) para expresar individualidad, estatus, creencias, comunidad y, sobre todo, diversidad que respondía directamente al entorno próximo de aquellos que gracias a sus manos llenas de talento y habilidad, transformaban los recursos de su localidad en bellos y útiles textiles. 

Desgraciadamente, este lenguaje constitutivo de lo que somos hoy, fue completamente secuestrado, olvidado a la misma velocidad que avanzaba el desarrollo a través de la Revolución Industrial. No debemos dejarnos engañar; no debemos olvidar nuestro ADN en post de un progreso que no genera bienestar de manera equilibrada. Como nos recordó el fallecido Antonio Pasquali, “la capacidad de comunicar es inherente a la formación de la sociedad. Y así, cualquier modificación o control de las comunicaciones conlleva una modificación o control de la propia sociedad”. Por tanto, retomar el control del lenguaje textil, retomar la capacidad de hilar nuestras vidas, nos hará más autónomos en una sociedad cada vez más controlada y desconectada de la verdadera esencia que la forma. 

 Los textiles son textos y fuentes de información; contienen códigos y signos que hablan de arraigo, continuidad y fortaleza. Definen una determinada  riqueza cultural y recrean una forma de ver el mundo. Es a través de los textiles que el individuo reafirma su identidad cultural de grupo y se asume como parte de un conjunto determinado de personas. El homo sapiens aprendió a tejer antes de aprender a escribir; utilizamos los textiles como medio para transmitir información antes de empezar a copiar pergaminos, es más, en muchas regiones todavía hay personas ancianas que no aprendieron a leer ni a escribir y su comunicación se ha desarrollado a través de la oralidad y del lenguaje textil: creado a través de bellos patrones de símbolos tejidos, bordados o estampados que trasmiten una cosmovisión especifica. 

La historia de la humanidad es la historia de los tejidos, tan antigua como la propia civilización. Desde que se hiló la primera hebra, la necesidad de obtener tejidos ha servido de impulso para la tecnología, los negocios, la política y la cultura. De manera general, solemos estar bastante desconectados de la materialidad que nos rodea. El campo textil no es un sector ajeno a esta cuestión. Hay un punto de nuestra historia en la que dejamos de interactuar activamente con los procesos y las materias, desconectándonos de la procedencia y el alcance de aquellas cosas que forman parte de nuestra cotidianeidad. Es sorprendente que de manera general tengamos escasa vinculación con algo que está absolutamente presente en nuestras vidas: desde que nacemos nos arropan con textiles en forma de mantas; nuestros cuerpos tanto en lo privado como en lo público están cubiertos de textil; nuestros hogares adquieren calidad y funcionalidad gracias a ellos sin olvidar, la seguridad que nos proporcionan en otros contextos. Siguiendo la cita de Arthur C. Clarke de la que Virginia Postel hace en su libro El Tejido de la Civilización , es curioso como “cualquier tecnología lo bastante familiar es indistinguible para nosotros; los textiles están tan entrelazados en nuestras vidas que los damos por sentados cuando no podríamos imaginar una vida sin ellos”. 

No hay más que prestar atención al sin fin de metáforas que componen nuestro idioma para darnos cuenta cómo nos constituye el arte de tejer : “hilar fino”, “pegar la hebra”, “cortados por el mismo patrón”…Las historias que contamos también se definen por este tipo de expresiones: las narraciones tienen flecos sueltos, perdemos el hilo cuando hablamos, o alguien no da puntada sin hilo. Y aún estando rodeados del mundo textil en su materialidad y simbolismo, en la sociedad actual somos absolutamente ajenos a sus procesos y a sus materias. 

Tejer es idear, inventar, es decir, es contar una historia; la historia de lo que somos a partir de los elementos y los procesos más sencillos. Desde la perspectiva etimológica texto y tejido comparten raíz: texere (tejer). A su vez, la palabra orden proviene de la palabra latina que designa la preparación de los hilos de urdimbre ordior. Si nos vamos a la lengua francesa, la palabra métier que significa “arte” o “industria” a su vez, significa “telar”; la palabra sánscrita sutra que ahora alude a una escritura religiosa, designaba en su origen el cordel o el hilo; la palabra tantra que alude a un texto religioso budista o hindú proviene del sánscrito tantrum que significa “urdimbre” o “telar”; la palabra china zuzhi que significa organización u ordenar, también quiere decir tejer, mientras que chengji cuyo significado es logro o resultado hace alusión, en origen, al acto de entrelazar hilos… y nosotros mientras tanto en lugar de seguir hablando el lenguaje que nos originó en todas las culturas, nos perdemos en medios artificiales que más que unirnos nos separan, haciendo que olvidemos la humanidad que nos constituye, porque no debemos olvidar que la historia del textil es la historia de lo humano.

 

/ ¿POR QUÉ ES NECESARIO HABLAR DE ARTESANIA? /

 

“Somos como somos porque antes fuimos como fuimos”

Maria Cruz Garcia Torralbo

“Mirar atrás en el camino no es ni mucho menos añoranza, si no reflexión

sobre lo superado en proyección hacia lo ignoto, pero intuido”

Angel Carril Ramos

¿Por qué hablar de artesanía en un momento de locura colectiva de elogio digital individualista? Quizás por eso, y simplemente por eso, merece la pena revisar las profundidades y matices de la cuestión, intentando, recuperar la humanidad que nuestras sociedades parecen olvidar a pasos acelerados, ahogados de angustia existencial. Desconectados además, de la esencia de la vida, del ánima que inunda cada elemento que nos rodea, incluso, volteados con ojos cerrados, vendados y sellados, ante lo que realmente nos impulsa a ser quienes somos, en una continua defensa y autoconvencimiento de seguir siendo productivos para nuestro engranaje. En estos términos, avanzamos, sin cuestionar qué necesitamos para seguir respirando.

Y no es cuestión únicamente de ideales, reflexiones o pensamientos que pertenecen a un plano no tangible de nuestra cotidianeidad, hablar de artesanía y del modo de trabajar del artesano tiene más sentido que nunca en la actualidad, para que nos ayude, nos de aliento en el anclaje a una realidad material que sea más coherente con su materialidad, permitiéndonos crear relaciones con el espacio objetual que nos rodea; entendiendo a través de la proxémica, esa relación absolutamente condicionante del espacio sobre el individuo, citando a Bruno Murari. Somos una sociedad de artefactos, compuestos de técnica y en el mejor de os casos de experiencia estética ética. Paulatinamente, y en muchas ocasiones sin ni siquiera percatarnos, hemos dado forma al entorno, que no ajeno a esta manipulación, nos devuelve la acción para configurar lo que somos.

La artesanía que durante mucho tiempo se ha relacionado con el “folklorismo”, “ el “tipismo” o el “primitivismo”, careciendo de un enfoque multidisciplinar global de estudio, fue desposeída, por mera infravaloración, de investigaciones funcionales con atractivo propio. La artesanía, que como término salvavidas está en boca de todos, es quizás uno de los vocablos más desconocidos de la actualidad, y digo, desconocido, porque conocer, implica tener nociones de la naturaleza de las cosas para poder así, establecer una relación coherente con y entre, lo conocido. Si algo debiéramos hacer, es reconocer, es decir, volver a conocer las interacciones que nos proporciona la práctica artesanal, siempre arraigadas al territorio y por extensión, a la cultura en el que se asientan.

 

En la sociedad artesanal existe un ritmo de vida diferente al actual, marcado fundamentalmente por el paso de las estaciones. El día a día lleva su ritmo particular y cada actividad su ritmo propio. El cuerpo está sometido a los moldes del trabajo, de dimensiones estándar. El artesano está compenetrado con sus herramientas y su quehacer. Mantiene un diálogo constante con el material natural que trabaja a través de sus movimientos. El conjunto de los movimientos del cuerpo constituye también una técnica que se enseña y cuya evolución no termina. Algunos trabajos constituyen todo un ritual de hábitos heredados generación tras generación. Cada cosa un ritmo; aquel que es necesario por la esencia de cada trabajo. Y esto, que parece una obviedad, es cada día menospreciado porque ante todo, debemos dar respuesta ante la rapidez en la producción de soluciones, que evidentemente, carecen de un sentido amplio y global, ante la escasez de tiempo de análisis, reflexión y aplicación que nos imponen los ritmos temporales artificiales que nosotros mismos hemos creado. ¿Podemos experimentar una vida más humana sin conocer los verdaderos ritmos, métodos y materiales de producción de las cosas? Creo que no, y eso es lo que hace que tenga sentido investigar en profundidad lo que significa “artesanía”, ya que como bien dice María Cruz García Torralbo, somos como somos porque antes fuimos como fuimos, y resulta que ahora no sabemos ni lo uno ni otro, en un mundo de identidades líquidas dominado por imágenes fragmentadas de lo que proyectamos ser.

Cansados, hastiados y deprimidos, damos pasos hacia el abismo existencial que nos espera, ante la falta de compromiso y motivación que impera en nuestros entornos; esos que nos empujan a desarrollar el nivel más bajo de nuestra existencia y que potencian la ansiedad por obtener todo a la velocidad de la luz, sin esfuerzo, siempre cómodamente, porque el esfuerzo, parece ser un valor en constante deterioro. En este matrix, olvidamos, que si por algo podemos caracterizarnos los humanos es por comprometernos y ser fieles a una causa. Y ante esa amnesia colectiva, la pregunta que encabeza este articulo tiene sentido de nuevo para mí: ¿Por qué es necesario hablar de artesanía? Porque la artesanía designa un impulso humano duradero y básico, el deseo de realizar una cosa bien por el mero hecho de hacerlo, así sin más que diría Richard Sennet. El artesano se centra en la estrecha conexión entre la mano y la cabeza, manteniendo un diálogo entre unas prácticas concretas y el pensamiento; este diálogo, que evoluciona hasta convertirse en hábitos, establece un ritmo entre la solución y el descubrimiento de problemas que nos invita, como seres pensantes que somos, a reflexionar y cuestionar continuamente nuestra manera de operar. Esa imaginación que puede llegarnos como inspiración del proceso artesanal, es un lenguaje que nos muestra el camino para hacer algo y conducir nuestra vida con habilidad: la propia de la artesanía, que a través de sus prácticas rituales entrena y disciplina el caprichoso cuerpo humano mediante la coreografía de gestos y movimientos que la definen; haciendo, visible la fe en la humanidad a través del oficio del ritual.

/ DISEÑAR ES JUNTURA /

“El pensamiento como creación simbólica es juntura. Lo angustioso y esquizofrénico es la tierra sin relación con el cielo o el cielo sin relación con la tierra. El horizonte, que tanto nos calma, es relacional. Nos salvan las relaciones. El horror está en los elementos totalizados: en el vacío del cielo, en la densa oscuridad de la tierra…La relación es algo ya concreto, y las cosas son cosas en lo concreto de la relación. Cuando en un ejercicio artístico se priva a las cosas de sus relaciones, es como si deviniese deforme y monstruosa, recordándonos el rumor del abismo. En cambio reconocer las junturas es ya orientarse y ser capaz de generar otras”

Josep Maria Esquirol

Somos una sociedad de artefactos, compuestos de técnica y en el mejor de los casos de experiencia estética ética. Paulatinamente, y en muchas ocasiones sin ni siquiera percatarnos, hemos dado forma al entorno, que no ajeno a esta manipulación, nos devuelve la acción para configurar lo que somos, mostrándonos a través de la proxémica, esa relación absolutamente condicionante del espacio sobre el individuo1. Y de relaciones deberíamos hablar cuando nos referimos a la disciplina del diseño. Ya sea para definirlo, comprenderlo, experimentarlo o vivirlo, no deberíamos aproximarnos a su experiencia sin asumir que no hay diseño sin relación, o quizás podríamos ser levemente más precisos: no hay diseño sin las constantes interrelaciones que se gestan en su desarrollo: previo, presente y futuro. El diseño va de juntura si citamos las siempre hermosas palabras de Esquirol, para quien de manera muy a acertada, carece de sentido desligar y separar las cosas del todo que las constituyen. Reconocer la juntura nos hace encaminarnos hacia un destino correcto, significativo para la experiencia del diseñador, del usuario del diseño y desde luego, para la disciplina misma.

Por ello, en estas páginas abordaremos la tediosa cuestión de definir el diseño desde una perspectiva más holística, haciendo hincapié en la condición humana que nos constituye, y por ello, teniendo en cuenta que, somos seres que si por algo se caracterizan o se diferencian de otros seres, es por la capacidad de cuestionarnos, de hacernos preguntas y de tener consciencia de nuestra identidad en un contexto determinado. Definidos por ese sabernos viviendo; por ese sentirnos viviendo en un tapiz de relaciones basadas en la independencia y en la subjetividad, pero independencia que esta hecha de continuas dependencias con todos los contenidos de la vida abordaremos la cuestión del diseño conceptual y técnicamente.

Todos estamos de acuerdo: el diseño contiene una clara experiencia estética. Sin embargo, no debemos confundir lo estético de la práctica como parte fundamental o única de la cuestión. El diseño no es arte, aunque si lleva en su naturaleza todo un corpus artístico (que sin lugar a dudas viene dado por las relaciones que todo diseñador puede llegar a propiciar en la fase de conceptualización). Pese a esto, si algo es bello en el campo del diseño debe ser en presencia también de la utilidad de la obra, que no debe de ser obstaculizada por cuestiones accesorias. Así que, comencemos afirmando que le diseño, es aquella disciplina que se encarga de satisfacer nuestras verdaderas necesidades (asunto que debe trabajarse con un enfoque de verdadera escala humana haciendo alusión al sabio Max Neef) en la vida cotidiana al mismo tiempo que puede y debería embellecerlas a través de procesos y materias generados desde una perspectiva ética; dotar las experiencias que tenemos con los objetos o espacios diseñados de carácter estético será algo clave en la disciplina. ¿Esto es el mayor alcance por el cual nace y al que está destinado el diseño? Desde luego que no. La definición plantea capas de complejidad que iremos abordando a continuación.

Situando el término cronológicamente , podemos decir que el diseño, se entiende como tal o más bien, comienza a estudiarse como disciplina “oficial” independiente de la arquitectura en el siglo XIX, cuando una oleada de objetos comienzan a diseñarse y producirse para hacer nuestra vida cotidiana más cómoda (hecho que ahora sería cuestionable ante lo que ha sido el devenir de la idea originaria). Aunque datemos el estudio de la disciplina desde el pleno apogeo de la Revolución Industrial dada su imperiosa necesidad de comercializar cada vez más objetos, es iluso creer que el diseño aparece en la historia de la humanidad en ese momento, ya que, la creatividad ha acompañado al humano durante toda la historia de su desarrollo a través de los artificios que en muchas ocasiones han garantizado nuestra supervivencia. Pensar el diseño implica darnos cuenta de que estamos completamente suspendidos en diseño. Carece de sentido hablar de él de manera aislada ya que no existe un afuera del mundo del diseño. El diseño se ha convertido en el mundo. Un día normal que se desarrolle en cualquiera de nuestras vidas, implica la experiencia de miles de capas de diseño que alcanzan desde las profundidades del suelo al espacio exterior, pero también a lo más profundo del interior de nuestros cuerpos y de nuestros cerebros. Como diseñadores, cuando somos capaces de entender la envergadura y el alcance de lo que día a día sostenemos en nuestro regazo, nos damos cuenta que, establecer un camino adecuado, que sea verdaderamente significativo para nuestro entorno, fomentando el cuidado a través de las relaciones de afecto más que de las soluciones a problemas, es fundamental. Y en el contexto actual en el que nos situamos, prioritario, porque somos tan capaces de diseñar la belleza como de diseñar nuestra propia extinción.

Si tratamos de definir la disciplina de manera más operativa, estableciendo además, la diferencia entre otras materias de frecuente confusión como el arte o la artesanía, podemos ver que el diseño, tal como se entiende de manera generalista actualmente, debe pasar filtros de mercado, gestarse desde la posibilidad de producirlo de manera seriada y pasar rigurosas evaluaciones de viabilidad. En definitiva, podemos apreciar que el diseño se encuentra altamente condicionado por la demanda de un cliente, de un sujeto, mientras que la obra de arte tiene un carácter más subjetivo y expresivo teniendo un aspecto contemplativo en la mayoría de los casos, además de estar definida por la exclusividad. Frente a ella, la artesanía, que normalmente responde a un patrimonio, una tradición heredada que si bien es comercializada, su intercambio no se suele producir bajo las leyes del mercado. Aunque mecanizada en algunos casos, no presenta un carácter seriado tan marcado como los productos nacidos de la disciplinad el diseño actual; por el contrario, siempre lleva presente la exclusividad de la mano artesana, que impregna algo de su carácter en las piezas desarrolladas aunque no lo haga de manera voluntaria. Vistas algunas diferencias clave en nuestra causa definitoria, podemos añadir además, que aunque en ambos casos, diseño y artesanía comparten un punto fundamental dado que los dos se generan en virtud de la creatividad humana y están destinadas a generar artefactos que puedan satisfacer necesidades que generen comodidad en nuestras vidas, el diseño responde a un ritmo más rapado, planificado, evaluado; mientras que la artesanía parte de una observación e implicación con la materia mucho más marcada. Mientras el diseño nace a priori, en el momento que se explica su conceptualización o incluso en la conceptualización misma; la artesanía nace a posteriori una vez la pieza ha sido concluida y puede apreciarse la transformación de la materia que el artesano a ejecutado. El diseño es proyectar, la artesanía hace, ejecuta en ritmos pausados.

Diseño es preguntar, reflexionar, proyectar, caminar hacia el cuidado, hacia la relación con el otro; diseñarla conexión por la que pueda sentirse arropado, de una manera ética y significativa colmando sus necesidades humanas básicas desde la alimentación hasta la plenitud espiritual. Diseñar implica entender que somos cuerpo y alma y como tal, debemos propiciar una compresión más amplia que aquella que el diseño es la disciplina que se centra en la resolución de problemas a través del ingenio y una metodología proyectual. También hace esto, pero sin lugar a dudas, es una parte minúscula del entramado de hilos que deben tenerse en cuenta a la hora de profundizar en este campo de estudio.

Hay además según Donald A. Norman tres dimensiones o niveles que componen el diseño y que utilizaremos para cerrar la exposición de su definición: el nivel visceral, conductual y reflexivo. Extractos que no deben separarse (como por el contrario suele hacerse) de la capacidad emocional y relacional de la disciplina. Tengamos en cuenta, que el humano no es un organismo biológico inalterable. Estamos de acuerdo con el enfoque de Beatriz Colomina cuando expone que, el humano es por definición inestable. Se caracteriza por su diversidad y su plasticidad y por consiguiente, tiene una alta capacidad de modificar sus habilidades, lo cual hace que su impacto de rediseño del mundo tenga enormes alcances. Lo que hace humano al humano no está dentro de su cuerpo o de su cerebro; ni si quiera únicamente en el colectivo social. Lo que nos hace humanos, se gesta en la interdependencia que tenemos con los artefactos que nos rodean. Éstos como dijimos al comienzo de esta disertación, nos transforman después de haber sido transformados por nosotros mismos. Los artefactos son pensamientos y el potencial de nuevas maneras de pensar. La definición del diseño no está formada por una narrativa lineal, debemos comprender que el diseño, si es algo, es la historia de una pregunta y su respectivo continuo caminar humano en busca de respuestas que, en plena marcha nos damos cuenta, tampoco necesitan ser encontradas porque ya lo decía Juan Ramón Jimenez: “caminante no hay camino se hace camino al andar”.

Así que, para hablar de diseño, vasta con realizar un proceso de reflexión y pensamiento crítico tras cada pregunta para que nos topemos con junturas suficientes que nos den orientación (Esquirol 2021) en el camino de la vida: ese que hemos diseñado; ese que nos diseñó, diseña y diseñará.